jueves, junio 25, 2009

Vino

Hay un momento de expectativa. De nervios. De ansiedad. Y de silencio: hay que abrir un vino. A ver quién es el macho que lo abre. También lo puede abrir una mujer, claro, pero tenés que ser caballero.

Y entonces el miedo de que te toquen esos sacacorchos horribles que no proveen ninguna ayuda a la tarea: tirabuzón y nada más. Entonces hay que embocarle al medio del corcho, rezar que éste no se parta y queden pedacitos flotando en el vino. Incluso una vez el corcho fuera, queda el miedo de que un fragmento se cole entre el líquido. Después hacer fuerza para abajo y para arriba, cuidado los ojos, y mirá qué flojo que no lo puede abrir, a ver si Cacho puede.

Me gusta el ruido que se produce en la primer servida: tuc, tuc, tuc, tuc, tuc (cada vez más agudo). Qué lindo es. Lástima que las servidas subsiguientes ya no producen el mismo efecto. Por eso en mi casa tengo muchísimas botellas a medio terminar: la impaciencia por escuchar el ruidito me consume.

Bueno, no estoy orgulloso de este post. Pero sí del vino Gato Negro. Y tenía ganas de escribir.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió:

amo el vino..

sobre todo con un buen spaggetti (creo que así se escribe) con camarones... aunque suele darme sueño :)

7:40 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Gracias Ary Manzana...

aunque a veces aunque no lo permitamos nos hacen daño...es como inevitable...

¿Cómo permito que no me lastimen desde lo lejos?

Si es cuando más indefensa me puedo encontrar...

;)

Lorenza.

12:39 a. m.  

Publicar un comentario

<< Página de inicio