lunes, enero 16, 2006

El dilema del chupetín

No soy de comer chupetines. Jamás voy al quiosco a comprar golosinas. Muy de vez en cuando sí, me llevo algún chocolate, un refresco o un alfajor triple, o la torta Águila, qué rica es. Pero chupetines, no.

Pero si me los regalan, cómo negarme. Primero que nada, es un regalo, alguien me quiere. O me quiere sobornar. Y segundo, es rico, vamos a decir la verdad. Y es cómodo también. Uno puede tenerlos en la boca durante un tiempo, después sacarlos, hacer piruetas, charlar tranquílamente, y luego volver a sentir el dulce. Con un caramelo no tenés otra salida: o lo retenés en tu boca o lo escupís, lo tirás. Lo mismo pasa con el chicle, salvo aquellos asquerosos, sucios, inmundos, que los guardan en la heladera - "para que se mantenga el sabor", dicen ellos -, en la mesita de luz o mismo en el brazo. ¿Que acaso nadie vio a Ren y Stimpy?

El dilema que nos concierne es el siguiente: llega un momento, ineludible, en el cual el caramelo que conforma el chupetín, esa masa pegajosa de dulce de naranja, frutilla o coca cola, se desvanece al punto en que la pajita asoma uno de sus orificios, de sus extremos. Uno en vano intenta chupar cuando esto ocurre, ya que no es el caramelo lo que es succionado, sino el aire del otro lado del palito de plástico (en el mejor de los casos; es posible también que tu palito sea de cartón. En tal caso, que Dios se apiade de ti). La solución, totalmente desagradable, es pasear la lengua por sobre la golosina, a tal punto de derretirla completamente. Pero uno ya no puede andar chupando, aspirando, disfrutando de lo lindo. Ahí es donde la magia desaparece. Papa Noel no existe, y tampoco los chupetines con palitos sin agujeritos. ¿Tanto les cuesta taparlos? ¿Es mucha plata un pedacito más de plástico?

Y si los de mejor calidad vienen tapados, lo desconzoco. Soy un pibe de barrio.

lunes, enero 02, 2006

Cincuenta metros bajo el agua

Todavía me acuerdo de los relojes sumergibles en agua que tenían en su frente la leyenda "50 meters" o algo por el estilo, refiriéndose a que soportan, y cómo, tal profundidad. Cuando me compraba uno de esos relojes, quería desafiar a los vendedores y fabricantes, y para eso ni bien llegaba a mi casa abría la canilla del baño, y metiéndo el brazo izquierdo, que ya vestía el tiempo, lo mojaba. Y claro, el reloj seguía funcionando, ni siquiera cosquillas le hacía, y entonces pensaba "Bien, el agua no lo toca".

Ahora... ¿Alguien alguna vez probó realmente que se pueda sumergir cincuenta metros bajo el agua? Yo lo dudo. Sobre todo porque a esa profundidad uno debería tener un traje de buzo puesto encima, y me resulta muy difícil de creer que alguien se lo saque, no más que para mirar la hora. Uh, la hora de la comida, mejor voy subiendo...

Otra duda que tengo es si realmente son cincuenta metros, o un poquito más, o una pizca menos. Me imagino bajando, controlando el buen funcionamiento del reloj, y viendo que al pasar los cincuenta metros, digamos un par de centímetros más, la pantalla se desvanece.