Vino
Hay un momento de expectativa. De nervios. De ansiedad. Y de silencio: hay que abrir un vino. A ver quién es el macho que lo abre. También lo puede abrir una mujer, claro, pero tenés que ser caballero.
Y entonces el miedo de que te toquen esos sacacorchos horribles que no proveen ninguna ayuda a la tarea: tirabuzón y nada más. Entonces hay que embocarle al medio del corcho, rezar que éste no se parta y queden pedacitos flotando en el vino. Incluso una vez el corcho fuera, queda el miedo de que un fragmento se cole entre el líquido. Después hacer fuerza para abajo y para arriba, cuidado los ojos, y mirá qué flojo que no lo puede abrir, a ver si Cacho puede.
Me gusta el ruido que se produce en la primer servida: tuc, tuc, tuc, tuc, tuc (cada vez más agudo). Qué lindo es. Lástima que las servidas subsiguientes ya no producen el mismo efecto. Por eso en mi casa tengo muchísimas botellas a medio terminar: la impaciencia por escuchar el ruidito me consume.
Bueno, no estoy orgulloso de este post. Pero sí del vino Gato Negro. Y tenía ganas de escribir.
Y entonces el miedo de que te toquen esos sacacorchos horribles que no proveen ninguna ayuda a la tarea: tirabuzón y nada más. Entonces hay que embocarle al medio del corcho, rezar que éste no se parta y queden pedacitos flotando en el vino. Incluso una vez el corcho fuera, queda el miedo de que un fragmento se cole entre el líquido. Después hacer fuerza para abajo y para arriba, cuidado los ojos, y mirá qué flojo que no lo puede abrir, a ver si Cacho puede.
Me gusta el ruido que se produce en la primer servida: tuc, tuc, tuc, tuc, tuc (cada vez más agudo). Qué lindo es. Lástima que las servidas subsiguientes ya no producen el mismo efecto. Por eso en mi casa tengo muchísimas botellas a medio terminar: la impaciencia por escuchar el ruidito me consume.
Bueno, no estoy orgulloso de este post. Pero sí del vino Gato Negro. Y tenía ganas de escribir.